Cuba: La Nación abre más puertas a su emigración (SI NO ME LEE NO HAGA ‘CLIC’ EN ‘ME GUSTA’)
- xEnrique Román
- 18 ago 2018
- 6 Min. de lectura

CUBA… ARGOSIS: AGOSTO 15 DE 2018…
xEnrique Román
(Remitido por Edél Suarez de PL)
Abro mi correo electrónico y encuentro una pregunta de un amigo lejano: ¿Por qué los cubanos dan como una noticia excepcional la posibilidad que se ha abierto para que los naturales de Cuba, que viven en otros países, puedan participar con sus opiniones en la discusión masiva del Proyecto de nueva Constitución?
Confieso que me hizo pensar. Lo que puede parecer obvio para la mayor parte de los países, en Cuba es noticia. Una noticia que nos revela qué tiempos vivimos.
Una historia necesaria.
Key West y Tampa, en Estados Unidos, fueron asiento de emigraciones económicas durante el siglo XIX, que desempeñaron un papel de gran importancia en el apoyo a las guerras de independencia. También lo fue New Orleans y, sobre todo, New York. José Martí era, hasta su consagración definitiva, el gran líder de la emigración cubana en Estados Unidos.
La emigración tenía un claro signo patriótico e independentista.
Antes de la Revolución de 1959, el tránsito entre Cuba y Estados Unidos transcurría con normalidad. La Florida era un sitio amable, con ciudades en desarrollo, donde las capas pudientes y medianamente pudientes de la población cubana iban de paseo o a hacer compras.
La cifra de cubanos residentes en Estados Unidos era entonces mucho más reducida que hoy, pero significativa en comparación con la población cubana de entonces, que escasamente sobrepasaba los seis millones de habitantes.
Entre 2 mil y 5 mil cubanos fueron admitidos anualmente como residentes en Estados Unidos en la década del 50, hasta que la inestabilidad durante el gobierno de Batista hizo elevar esa cifra a 15 mil en 1956.
Llegó la Revolución cubana.
El triunfo revolucionario cambió violentamente ese estatus. Y cambió las características principales de aquella emigración.
Los primeros en pisar suelo estadounidense en 1959 fueron los cómplices del dictador Fulgencio Batista, quienes por diversas vías llegaron a Estados Unidos, muchos de ellos convictos de crímenes, otros simplemente con los tesoros robados a la República.
Allí se reunieron pronto con la gran oligarquía cubana y los elementos más cercanos a ellas, que emigraron de Cuba luego de que las leyes revolucionarias entregaran a la sociedad lo que hasta entonces había sido propiedad de una élite explotadora.
Ambos esperaban que el imperialismo les resolviera su problema. La Revolución cubana no debía sobrevivir al enfrentamiento.
Nuevamente esbirros batistianos e hijos de la gran burguesía volvieron a encontrarse juntos, esta vez en la brigada invasora de Bahía de Cochinos o Playa Girón, en 1961. En poco más de cuarenta y ocho horas fueron derrotados.
Miami se convirtió no solo en sede de la agresión política, sino del terrorismo contrarrevolucionario contra la isla, orientado y abastecido por los servicios de inteligencia estadounidense.
Desde Cuba, lógicamente, se vio a esa emigración como lo que realmente era entonces: una masa en la que se reunían criminales y explotadores, con un signo común, la alianza con los beligerantes Estados Unidos. Los puentes estaban rotos.
Del otro lado del Golfo.
La emigración hacia Estados Unidos es, como se sabe, un fenómeno común en Centroamérica y el Caribe. La Revolución cubana tendrá siempre entre sus méritos y entre los componentes de su problemática, haber intentado una nueva sociedad, basada en el mérito y con estándares de vida modestos, frente a la gran vitrina de la economía más desarrollada del mundo.
Los Estados Unidos, aliados ahora con los elementos más recalcitrantes de la comunidad cubana, sobre todo la residente en Florida, diferenciaron en su provecho a los cubanos frente a los emigrantes de otros países. Una generosa Ley, llamada de Ajuste, privilegiaba a los cubanos que llegaran a las costas norteamericanas, por cualquier vía, con la concesión inmediata de asilo político y ayuda económica.
Fue un estímulo no solo para la emigración, sino para que quienes respondían al canto de las sirenas del gran país, y arriesgaban sus vidas cruzando el estrecho de la Florida en precarias y zozobrantes embarcaciones.
Pero la emigración fue cambiando sus motivaciones. Lentamente, fue respondiendo cada vez más a razones económicas antes que políticas.
Sin embargo, la agresividad estadounidense hacia la Revolución cubana y el gran negocio que para políticos de origen cubano representaba la hostilidad hacia ella, le mantuvo el disfraz contrarrevolucionario. Ya desde los años 80, esta emigración se convirtió en una emigración como las otras, motivada por las mismas razones económicas que mueven a los emigrantes de la región centroamericana y caribeña hacia Estados Unidos y otros territorios.
El inicio de un diálogo inevitable.
Pasó el tiempo. Desde Cuba, todavía agredida, se lanzó la iniciativa. En 1978, bajo la ola crítica de la extrema derecha miamense – y no se puede negar: con el ceño fruncido de muchos cubanos de la isla – se produjo en La Habana un primer diálogo entre los representantes de la nación cubana, la que existe en el territorio nacional, y su emigración. No solo la de Estados Unidos, sino la residente en muchos otros países del mundo.
Dos encuentros posteriores, titulados La Nación y la Emigración, fueron escenarios del diálogo entre las máximas autoridades cubanas y representantes de los cubanos residentes fuera de Cuba. La voluntad de tender puentes y facilitar el entendimiento familiar fue predominante en los diálogos.
Mientras el tránsito de viajeros cubanos residentes en el exterior en visita a la isla creció año por año y alcanzaba cifras significativas – ya en el primer semestre del año actual fueron 250 713 cubanos residentes en Estados Unidos los que habían viajado a Cuba, un 121 % respecto al año 2017 – otras medidas legales respaldaron la voluntad de normalización del país con su emigración.
Así, una reforma a las leyes migratorias, aprobada en el 2013, terminó de eliminar viejos requisitos, de los muchos que, como medidas defensivas, se vieron obligadas a adoptar las autoridades cubanas frente a emigrados que durante muchos años se vieron teñidos por el negro velo de la agresividad contrarrevolucionaria.
La reforma constitucional.
En Estados Unidos vivían, en el 2010, 1.181 014 personas nacidas en Cuba. En otros países del mundo residen aproximadamente 500 mil más.
Lo propuesto para la discusión del nuevo proyecto de Constitución es otro paso en esa dirección: en la normalización – entendida como un proceso progresivo – entre Cuba y los cubanos que viven fuera de la Isla.
Refiriéndose al llamado a los cubanos emigrados a participar en los debates de la nueva Constitución, Jesús Arboleya, veterano diplomático cubano y reconocido especialista en el tema, opina que “por primera vez se toma una decisión que comprende a todos los emigrados sin distinción y está referida a asuntos esenciales de toda la nación, como es el caso de la Constitución.
“Tal gesto tiene un valor político enorme, en tanto refleja la voluntad del Estado cubano por conectar a los emigrados de una manera más amplia con la vida nacional. Pero también establece precedentes legales, ya que se reconocen derechos en asuntos fundamentales, lo que les abre el camino para incidir o ser reconocidos en las normativas legales que se adopten en el futuro.”
Ha sido, y es, un largo y complicado proceso. El acercamiento progresivo entre cubanos residentes en la isla y en el exterior ha pasado por una historia conflictual, con altas y bajas, pero desde hace décadas, y por iniciativa de la Revolución cubana, se acerca cada vez más hacia un punto de definitivo encuentro.
El debate sobre la nueva Constitución cubana dará cuenta de ello.
Fuente: Al Mayadeen…
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